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Opinión

La política del miedo como estrategia de poder en tiempos de guerra – Por: Camilo Bello Wilches

En el plano local, esta misma lógica se replica en países como El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele ha utilizado el estado de excepción como una herramienta recurrente…

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La política del miedo como estrategia de poder en tiempos de guerra – Por Camilo Bello Wilches
Foto: Centra News

La política mundial desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha estado marcada por una constante narrativa de miedo, un estado de alerta perpetuo que, lejos de ser una simple consecuencia de tensiones geopolíticas, parece responder a una estrategia deliberada. A través de la historia reciente, los dirigentes políticos han utilizado el temor como herramienta para consolidar su poder, justificando medidas que, de otro modo, serían cuestionadas por la ciudadanía. Esta práctica, perfeccionada durante la Guerra Fría, ha evolucionado hasta convertirse en un elemento estructural del discurso político contemporáneo. Desde los conflictos bélicos internacionales hasta las políticas de seguridad interna, la narrativa del enfrentamiento constante moldea las relaciones entre los gobiernos y sus gobernados, generando sociedades más dóciles y manipulables.

El conflicto entre Rusia y Ucrania, que inició en febrero de 2022 y que hoy supera los mil días de duración, se ha convertido en un símbolo de cómo las tensiones bélicas son utilizadas para mantener a las sociedades en un estado de angustia permanente. La escalada de violencia, impulsada por las potencias involucradas, refuerza la idea de que el mundo se encuentra al borde de una crisis irreversible. De manera similar, la reciente guerra entre Israel y Palestina alimenta una narrativa global de inseguridad, amplificada por los discursos de líderes como Vladimir Putin, Joe Biden o Donald Trump. En estos casos, la construcción de enemigos, reales o percibidos, permite justificar políticas que priorizan el gasto militar y la vigilancia, mientras desvían la atención de problemas internos como la desigualdad o la corrupción.

En el plano local, esta misma lógica se replica en países como El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele ha utilizado el estado de excepción como una herramienta recurrente para centralizar el poder. Su política de mano dura contra las pandillas, presentada como una guerra necesaria para garantizar la seguridad, ha normalizado la suspensión de derechos fundamentales, consolidando un modelo autoritario disfrazado de eficacia gubernamental. Lo que podría parecer un esfuerzo legítimo por combatir el crimen revela, en el fondo, una estrategia diseñada para mantener a la población en un estado de temor constante, donde cualquier oposición es vista como una amenaza al orden establecido.

Este fenómeno no es nuevo. Pensadores como Giorgio Agamben han analizado cómo el estado de excepción se transforma en la regla, permitiendo a los gobiernos actuar fuera del marco legal en nombre de la seguridad nacional. En este contexto, el filósofo italiano destaca que el miedo no solo paraliza a las sociedades, sino que también las predispone a aceptar medidas que atentan contra la democracia y los derechos humanos. Carl Schmitt, por su parte, señalaba que la política se basa en la distinción entre amigos y enemigos, una idea que explica cómo la construcción de un adversario común se utiliza para movilizar apoyos y legitimar decisiones cuestionables. Esta dinámica no solo redefine las prioridades de los Estados, sino que también transforma las relaciones entre los ciudadanos y sus instituciones, normalizando un modelo de gobernanza basado en el control y la vigilancia.

El impacto de estas estrategias va más allá de lo político. La narrativa del miedo actúa como un mecanismo de distracción que desvía la atención de problemas estructurales. En Guatemala, esta táctica ha sido utilizada por las élites para perpetuar un sistema que favorece sus intereses, mientras mantiene a la ciudadanía en un estado de fragmentación y desconfianza. La constante amenaza de conflictos internos o externos refuerza una sensación de vulnerabilidad que dificulta la movilización social y la exigencia de cambios reales.

El escritor George Orwell, en su célebre obra 1984, advertía sobre el uso del miedo como herramienta de control. Según Orwell, un estado de guerra permanente no solo estabiliza las estructuras de poder, sino que también transforma a los ciudadanos en súbditos que dependen de sus gobiernos para garantizar su seguridad. Esta lógica, aunque desarrollada en un contexto ficticio, refleja con precisión la realidad de muchas sociedades contemporáneas, donde la política del miedo se ha normalizado como un mecanismo legítimo de gobernanza.

En 2024, el mundo enfrenta un panorama político que parece perpetuar este estado de enfrentamiento constante. Los conflictos internacionales, como los de Ucrania o Palestina, y las políticas autoritarias en países como El Salvador, evidencian la vigencia de una estrategia que prioriza el control sobre el bienestar de las sociedades. Frente a esta realidad, es fundamental desarrollar una conciencia crítica que permita cuestionar las narrativas de miedo y exigir políticas que promuevan la paz, la justicia y la libertad. Solo así será posible imaginar un futuro donde la política no dependa del enfrentamiento, sino de la construcción colectiva de un mundo más justo y equitativo.

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