Opinión
Quien controla el poder también controla la narrativa – Por: Camilo Bello Wilches
El filósofo y crítico cultural Walter Benjamin argumentaba que “quien controla la narrativa controla el futuro de la revolución”.
La historia de la humanidad está marcada por relatos que han moldeado sociedades, culturas y sistemas de creencias. Desde las epopeyas homéricas hasta las narrativas contemporáneas, quien domina el discurso posee una herramienta poderosa para influir en la percepción colectiva. Este control de la narrativa ha sido una constante en la configuración del poder político y social.
Platón, en su obra “La República”, ilustra esta idea a través del “Mito de la caverna”. En esta alegoría, los prisioneros, encadenados desde su nacimiento, solo pueden ver sombras proyectadas en una pared, tomando estas sombras como la realidad. Solo al liberarse y salir al mundo exterior, uno de ellos descubre la verdad y comprende que las sombras eran meras ilusiones. Esta metáfora destaca cómo la percepción de la realidad puede ser manipulada por quienes controlan la información.
A lo largo de la historia, los gobernantes han utilizado la narrativa para consolidar su poder. Un ejemplo emblemático es el de Napoleón Bonaparte, quien comprendió la importancia de controlar la prensa y la educación para moldear la opinión pública a su favor. Al monopolizar la narrativa, Napoleón pudo legitimar su régimen y justificar sus campañas militares.
En la actualidad, aunque vivimos en una era de información instantánea y acceso masivo a datos, el control de la narrativa sigue siendo una herramienta esencial de poder. Las corporaciones y los gobiernos emplean estrategias de comunicación para influir en la opinión pública, utilizando medios tradicionales y plataformas digitales. La manipulación de algoritmos en redes sociales, por ejemplo, puede amplificar ciertas narrativas mientras silencia otras, moldeando así la percepción colectiva.
El filósofo y crítico cultural Walter Benjamin argumentaba que “quien controla la narrativa controla el futuro de la revolución”. Esta afirmación resalta la importancia de la narrativa en la configuración de movimientos sociales y políticos. Al dominar el relato, se puede dirigir el curso de la historia y determinar qué voces son escuchadas y cuáles son silenciadas.
Sin embargo, es crucial reconocer que la narrativa no es inherentemente buena o mala; su valor depende de cómo se utilice y con qué fines. Una narrativa puede servir para emancipar y empoderar, o para oprimir y manipular. Por ello, es fundamental fomentar una ciudadanía crítica que cuestione las narrativas predominantes y busque diversas perspectivas antes de formarse una opinión.
En Guatemala, como en muchas otras naciones, la lucha por el control de la narrativa ha sido evidente en distintos momentos históricos. Desde la interpretación de eventos históricos hasta la representación de grupos sociales en los medios, la narrativa ha jugado un papel central en la configuración de la identidad nacional y en la legitimación de estructuras de poder.
La democratización de la información, facilitada por la tecnología, ofrece una oportunidad para diversificar las narrativas y dar voz a sectores tradicionalmente marginados. No obstante, también presenta desafíos, como la proliferación de desinformación y la creación de burbujas informativas que refuerzan prejuicios y polarizan a la sociedad.
Es imperativo que, como sociedad, desarrollemos la capacidad de discernir entre información y propaganda, entre hechos y opiniones. Solo así podremos construir una narrativa inclusiva y veraz que refleje la complejidad de nuestra realidad y promueva una convivencia democrática y justa.
En última instancia, la narrativa es una herramienta poderosa que puede ser utilizada para construir o destruir. Depende de nosotros, como individuos y como sociedad, decidir cómo la empleamos y a qué fines la dirigimos. Al mantenernos vigilantes y críticos, podemos asegurarnos de que la narrativa sirva como un medio para el entendimiento mutuo y el progreso colectivo.