Opinión
Ese magisterio que deja huella – Camilo Bello Wilches
El filósofo José Ortega y Gasset afirmaba que “la enseñanza no es llenar un vaso sino encender un fuego”. Y algo así sucede con nuestros maestros.

Hay oficios que nacen entre el duelo y la esperanza. El magisterio es uno de ellos. Cada 25 de junio se celebra el Día del Maestro en Guatemala y entre canciones de gratitud y discursos formales se cuela también una voz más íntima que pide memoria y otra más política que exige justicia. Porque enseñar no es repetir fórmulas ni dictar manuales sino encender preguntas en medio de la rutina, abrir ventanas en paredes que llevan años cerradas.
Quien alguna vez fue alumno lo sabe. Todos cargamos el recuerdo de aquel maestro que nos vio cuando nadie más lo hizo, de esa profesora que nos regaló un libro o una frase que no olvidamos, de ese gesto de paciencia que nos sostuvo en la hora más torpe. El aula muchas veces ha sido más hogar que la propia casa. Por eso, cuando se habla de educación no basta con cifras ni planes. Hay que hablar también del alma de quienes enseñan.
En estos días mientras se repiten promesas de reformas educativas y se debaten presupuestos desde escritorios lejanos los maestros siguen en las aulas con tiza en la mano aunque todo parezca diseñado para que fracasen. En pleno 2025 muchos siguen sin acceso estable a tecnología sin materiales adecuados y sin el reconocimiento que merecen. La vocación no debería ser la excusa para aceptar la precariedad como destino.
El filósofo José Ortega y Gasset afirmaba que “la enseñanza no es llenar un vaso sino encender un fuego”. Y algo así sucede con nuestros maestros. Viven cada día con la esperanza de transformar al menos una vida aunque el sistema les devuelva silencio burocracia o indiferencia. Ese es el oficio docente: nunca acabado siempre empezando.
La educación no puede seguir siendo una consigna vacía. Una sociedad que ignora a sus maestros se condena a repetir su historia sin aprender nada. Desde una mirada liberal —una que apuesta por la dignidad del individuo y la fuerza de la comunidad— el maestro debe ser visto como piedra angular de la vida pública no como figura ornamental para celebrar un día al año sino como constructor cotidiano de ciudadanía.
Como maestro, sé que el docente pide lo justo. Que se escuche su voz que se respete su criterio que se le ofrezca formación constante y condiciones que dignifiquen su tarea. Enseñar no es solo un trabajo técnico. Es una labor ética política humana. En las aulas se forja el tipo de país que somos y que podríamos ser.
Felicidades a todos los maestros que día a día entregan su tiempo, su sabiduría y su paciencia para encender ese fuego que transforma vidas y construye futuros.