Editorial
El discurso anticorrupción, como excusa de la ingobernabilidad de Arevalo
La narrativa de “no nos dejan gobernar” ha sido el escudo preferido del Ejecutivo…

A más de medio año de iniciado su mandato, Bernardo Arévalo no ha logrado consolidar un gobierno funcional, y gran parte de la responsabilidad recae sobre él. Más allá del discurso, lo que ha mostrado su administración es una preocupante inexperiencia política, falta de estrategia y una desconexión con las prioridades urgentes de la población.
La narrativa de “no nos dejan gobernar” ha sido el escudo preferido del Ejecutivo. Si bien es cierto que existe un Congreso dominado por intereses tradicionales, también es cierto que un líder con visión y capacidad política puede maniobrar, construir alianzas parciales o presionar con inteligencia. Arévalo ha preferido refugiarse en la retórica y los gestos simbólicos, en lugar de asumir con firmeza el desafío de gobernar en un entorno adverso. Gobernar es ejercer poder, no solo denunciar que se lo arrebatan.
El caso más evidente de esta inacción es la crisis nacional de infraestructura. Las carreteras están colapsadas, los puentes destruidos por las lluvias no se reparan, y miles de comunidades siguen desconectadas mientras el Estado permanece en modo espectador. El Ministerio de Comunicaciones es un elefante inmóvil y el presidente guarda silencio ante la inoperancia de sus ministros. La falta de ejecución presupuestaria en áreas clave es un reflejo directo del desgobierno.
Arévalo no solo ha fallado en enfrentar a la oposición en el Congreso, sino también ha fracasado en liderar su propio gabinete y bancada. Varios ministerios carecen de dirección técnica, y sus funcionarios parecen más ocupados en posar como “anticorrupción” que en gestionar políticas públicas efectivas. La lógica moralista del gobierno no ha sido acompañada de una estrategia de gobernabilidad. El resultado es un Estado paralizado, promesas incumplidas y una población cada vez más frustrada.
El presidente se ha mostrado más cómodo en foros académicos o eventos internacionales que en resolver los problemas concretos del país. Mientras tanto, la gobernabilidad se desmorona, y el vacío de poder se llena de caos, improvisación y desgaste. La falta de firmeza frente a las mafias políticas también es una forma de complicidad.
El legado de Arévalo será un legado correrá el riesgo de convertirse en otro capítulo fallido de la democracia guatemalteca. La historia no recordará sus buenas intenciones, sino su incapacidad para actuar cuando el país más lo necesitaba.