Editorial
204 años de independencia: la fuerza de los principios republicanos – Editorial
No obstante, debemos reconocer que en la actualidad la independencia no se ve plenamente reflejada en el actuar del Ejecutivo ni del Congreso.

El 15 de septiembre Guatemala conmemoró 204 años de independencia, una fecha que nos invita no solo a recordar un acto histórico, sino a reflexionar sobre el verdadero significado de la libertad y la responsabilidad ciudadana. Más allá de los desfiles, la música de marimbas y el ondear de la bandera, la independencia es, sobre todo, un compromiso permanente con los valores que sostienen a la República, el Estado de Derecho, la división de poderes y la rendición de cuentas. Sin ellos, la libertad no es más que una ilusión.
La independencia que celebramos hoy no se limita al acontecimiento de 1821, sino que se proyecta hacia el presente como un recordatorio de que la democracia guatemalteca solo puede consolidarse si preservamos la institucionalidad. El triunfo de los principios republicanos no depende de discursos vacíos, sino de un marco legal que proteja a los ciudadanos, limite el abuso de poder y garantice que ninguna autoridad esté por encima de la ley. Ese es el verdadero legado de la independencia: un país que aspira a ser libre a través de sus instituciones.
El Estado de Derecho es la columna vertebral de esa libertad. Cuando las normas se aplican de manera justa e igualitaria, la democracia se fortalece; cuando se ignoran o manipulan, el sistema se degrada. Guatemala necesita, ahora más que nunca, recordar que la división de poderes no es una formalidad jurídica, sino un mecanismo indispensable para evitar la concentración de poder que históricamente ha llevado a la corrupción y al autoritarismo en nuestra región.
No obstante, debemos reconocer que en la actualidad la independencia no se ve plenamente reflejada en el actuar del Ejecutivo ni del Congreso. La falta de liderazgo, la incapacidad de construir consensos y la negligencia en atender los problemas más urgentes de la ciudadanía han erosionado la confianza pública. Pero a pesar de esa fragilidad política, la nación guatemalteca sigue en pie, sostenida por la voluntad y la dignidad de sus ciudadanos, que diariamente trabajan y luchan por mantener viva la esperanza de un país mejor.
La verdadera conmemoración de estos 204 años no está en la retórica oficial, sino en la conciencia colectiva de un pueblo que defiende los principios que hacen posible la libertad. La rendición de cuentas no debe ser una excepción, sino una regla; y es la presión ciudadana la que debe exigir a los gobernantes que cumplan su papel. Esa fuerza cívica es la que ha evitado que la República se derrumbe, incluso en los momentos más oscuros.
Sentir orgullo de ser guatemalteco no es un gesto vacío ni un romanticismo patriótico. Es reconocer que, a pesar de las adversidades, poseemos una identidad y una historia que nos unen. La patria no se reduce a quienes la gobiernan, sino que descansa en el esfuerzo anónimo de millones de guatemaltecos que construyen cada día un país digno, honesto y libre. El orgullo guatemalteco radica en esa resiliencia, en la capacidad de no rendirse frente a la corrupción ni la mediocridad política.
Hoy, al celebrar más de dos siglos de independencia, debemos reafirmar que la libertad se preserva únicamente cuando los principios republicanos se colocan por encima de los intereses particulares. La independencia no es un hecho consumado, sino una tarea diaria que nos corresponde a todos. Con orgullo, con dignidad y con un compromiso firme, los ciudadanos somos los guardianes de la República y de la estabilidad democrática de Guatemala. Ese es, y debe seguir siendo, el verdadero significado de la independencia.