Editorial
Después del 7 de diciembre – Editorial
La soberbia con la que se ignoraron advertencias técnicas y señales de deterioro aceleró la crisis y debilitó aún más la gobernabilidad.
Quedó claro para muchos ciudadanos que el gobierno de Bernardo Arévalo no logró responder a las expectativas creadas durante la campaña, dejando una sensación de distancia entre lo prometido y lo ejecutado.
Esa fecha marcó un punto de inflexión en la percepción pública, porque a partir de entonces se hizo evidente que las acciones del gobierno mostraban incapacidad para cumplir compromisos y un liderazgo que no se alineaba con las necesidades reales del país.
Con el paso del tiempo, también se observó que Guatemala no alcanzó la dirección esperada, ya que el gobierno se vio envuelto en decisiones débiles, falta de claridad y una desconexión que se fue profundizando entre la administración y la ciudadanía.
A esto se sumó la creciente evidencia de una incapacidad casi criminal dentro del gobierno, que no solo dejó sin respuesta las funciones básicas del Estado, sino que abrió espacio para que redes corruptas recuperaran influencia en áreas clave. La soberbia con la que se ignoraron advertencias técnicas y señales de deterioro aceleró la crisis y debilitó aún más la gobernabilidad.
El resultado ha sido un colapso visible en la seguridad pública: instituciones debilitadas y sin rumbo y un Ejecutivo más enfocado en propaganda que en enfrentar el avance del crimen organizado y la violencia. Esta mezcla de negligencia e incompetencia ha comprometido la estabilidad nacional y dejado al país expuesto como no se veía en años.
Por esta razón, cada vez más ciudadanos comenzaron a resistirse a un proyecto político que en su origen prometía renovación, pero que terminó generando incertidumbre, desgaste institucional y dudas sobre su rumbo.
En retrospectiva, estas experiencias deberían convertirse en una lección valiosa para futuras oportunidades electorales, recordando que Guatemala no debe volver a confiar en discursos que se presentan como cambio, pero que no logran sostenerse en resultados concretos.
Si en el futuro se presenta un nuevo proceso electoral, será fundamental que la población recuerde lo vivido recientemente para evitar repetir errores, evitar elegir a quienes prometen transparencia sin demostrarla, y evitar votar por ilusiones, discursos vacíos o promesas sin fundamento.
Reconocer estas lecciones permitirá fortalecer la exigencia ciudadana de claridad, resultados tangibles y liderazgo real, elementos esenciales para que el país no vuelva a quedar atrapado en promesas que no se cumplen y que dejan a la población esperando aquello que nunca llega.




