El vacío de poder en el Congreso de Guatemala – Editorial

El Congreso de la República de Guatemala se ha convertido en un escenario caótico donde las tensiones entre diputados oficialistas independientes y los distintos bloques partidarios impiden cualquier avance legislativo de fondo. Las sesiones se caracterizan por la parálisis, el enfrentamiento y la desconexión total con las necesidades del país. Sin embargo, más allá del ruido político, el verdadero epicentro de esta crisis institucional está en la Junta Directiva del Congreso, y especialmente en la fallida presidencia de Nery Ramos.

Ramos, quien asumió el cargo con el aval de una mayoría circunstancial, representaba una opción política de emergencia que respondía a la hiper fragmentación política. Sin embargo el ex miembro de la Policía Nacional Civil, sin experiencia previa en el Legislativo, ha fracasado en el cumplimiento de una agenda mínima de gobernabilidad, haciendo que su gestión se caracterice por un liderazgo carente de visión política, estrategia y firmeza.

Lejos de fungir como un articulador de consensos, Ramos ha sido testigo —y en muchos casos facilitador— del deterioro legislativo. En lugar de enfrentar la hiper fragmentación del Congreso, con más de quince bloques que responden a intereses particulares, se ha limitado a una presidencia meramente administrativa. Su inacción ha permitido la consolidación de bancadas que imponen sus agendas sin coordinación, sin transparencia y sin ningún compromiso con los intereses nacionales.

El resultado es un Congreso improductivo que no ha logrado avances en temas críticos como la Ley Electoral y de Partidos Políticos, la modernización del servicio civil o mecanismos reales de fiscalización del gasto público. Por el contrario, las sesiones se caracterizan por el ausentismo, las suspensiones por falta de quórum y decisiones tomadas a puerta cerrada. En este ambiente, la Junta Directiva, encabezada por Ramos, ha brillado por su ausencia política.

La crisis no es únicamente técnica ni procedimental; es una crisis de liderazgo. Ramos ha adoptado una postura complaciente frente a los actores que bloquean el funcionamiento del Legislativo, y en lugar de utilizar su posición para ordenar la casa, ha optado por el silencio y la evasión del conflicto. Esta falta de autoridad ha debilitado gravemente la legitimidad del Congreso ante una ciudadanía que observa con creciente frustración la inoperancia de sus representantes.

En un entorno tan fragmentado como el guatemalteco, se esperaba que la presidencia del Congreso actuara como contrapeso y facilitador de diálogo. Pero Ramos ha desperdiciado esa posibilidad, escudándose en formalismos y evitando asumir un rol de conducción política. Su incapacidad para leer el momento y reaccionar frente a la dinámica parlamentaria lo ha convertido en una figura decorativa, cuando se requería un liderazgo activo y decidido.

El caso de Nery Ramos refleja, además, una falla estructural más profunda: la facilidad con la que los espacios de poder pueden ser ocupados por figuras sin respaldo político real, sin proyecto institucional y sin comprensión de la responsabilidad democrática que implica dirigir uno de los poderes del Estado. Su presidencia es un espejo de una clase política que apuesta más al reparto de cuotas que a la construcción de gobernabilidad.

Nery Ramos al frente del Congreso pasará a la historia como una de las más grises y decepcionantes. Su presidencia no fracasa solamente por omisión, sino por permitir que se profundice la descomposición de una institución clave. Guatemala necesita con urgencia liderazgos que asuman su rol con valentía y claridad de propósito, no administradores pasivos de la decadencia legislativa.