Guatemala: entre la inseguridad y el desconcierto político del gobierno de Arévalo – Editorial

En medio de una profunda crisis de seguridad y una serie de cambios en su Gabinete, el presidente Bernardo Arévalo volvió a dirigirse al país en cadena nacional la noche de ayer. El mensaje, más que una respuesta clara a los problemas que aquejan a Guatemala, pareció un intento de control de daños ante la creciente pérdida de confianza ciudadana. Con un tono defensivo Arévalo insistió, como de costumbre, en un discurso que excusa la inestabilidad de su gobierno en una supuesta persecución política, incluso argumentando que su Gobierno es víctima de un golpe de estado, así el Presidente sigue sin ofrecer soluciones concretas ni asumir la responsabilidad que el momento exige.

Las últimas semanas han estado marcadas por una sensación de caos. La fuga de reos de una cárcel de máxima seguridad, el escándalo por la supuesta extracción de armas del Ejército y las constantes denuncias de corrupción en instituciones clave dibujan un panorama alarmante. Sin embargo, en lugar de transparencia y firmeza, el presidente optó por un discurso evasivo, señalando actores externos como responsables del deterioro institucional. Esta narrativa, repetida hasta el cansancio, ya no convence a una población cansada de excusas y promesas vacías.

El relevo en el Ministerio de Gobernación, lejos de generar confianza, ha profundizado la incertidumbre. El gobierno de Arévalo parece atrapado en una espiral de improvisación, donde los cambios no obedecen a una estrategia de seguridad nacional, sino a cálculos políticos internos. Mientras tanto, el crimen organizado y la violencia avanzan sin contención, golpeando especialmente a las comunidades más vulnerables del país.

Resulta preocupante la forma en que el mandatario ha intentado desviar la atención mediática. Su reciente intervención televisada no abordó con claridad las prioridades de la agenda pública del país, como el paradero de los reos fugados, ni explicó las inconsistencias detectadas en las investigaciones sobre las armas sustraídas. En cambio, el mensaje se centró en un discurso moralista que busca proyectar una imagen de rectitud, pero que contrasta con la opacidad y la falta de resultados que caracterizan a su administración.

A estas alturas, el discurso del cambio y la honestidad, bandera de la campaña de Semilla, se ha convertido en un recurso retórico sin sustento. Las acusaciones de corrupción, los desfalcos en entidades públicas y los posibles vínculos de funcionarios con estructuras criminales desdibujan cualquier promesa de renovación. Cada nuevo escándalo confirma que el gobierno ha perdido el control político y moral sobre su propia gestión.

La sociedad guatemalteca enfrenta una encrucijada peligrosa entre un gobierno debilitado, sin dirección clara, y un Estado que se muestra incapaz de garantizar la seguridad. En lugar de asumir la magnitud de la crisis, el presidente insiste en discursos que buscan conservar apoyo político, aunque ello implique minimizar la gravedad de los hechos. Esa desconexión entre la narrativa oficial y la realidad cotidiana es, quizá, el signo más preocupante de su mandato.

Guatemala no necesita más cadenas nacionales ni excusas presidenciales. Necesita liderazgo, coherencia y resultados. La administración de Arévalo urge de admitir errores, depurar a su equipo y enfrentar con decisión a las mafias que hoy controlan buena parte del país. De lo contrario, su gobierno quedará marcado no por la promesa del cambio, sino por la decepción de haber repetido los mismos vicios que juró combatir.