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Editorial

Pre-campaña: Las raíces de la corrupción – Editorial

Si Guatemala desea superar este ciclo, debe romper con la cultura del populismo y la política clientelar…

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Pre-campaña Las raíces de la corrupción - Editorial
Foto: Centra News

El nuevo ciclo electoral en Guatemala aún no ha comenzado oficialmente. Faltan casi dos años para que inicie el período electoral formal, y sin embargo, la competencia política ya está en marcha. De manera informal, encubierta y sin reglas claras, actores del oficialismo y de la oposición empiezan a posicionarse, utilizando las mismas estrategias que han caracterizado la política guatemalteca durante décadas: dinero, clientelismo y populismo. Lo preocupante no es solo su anticipación, sino la normalización de prácticas que erosionan los principios republicanos y minan la confianza en la democracia.

La precampaña informal se ha convertido en una extensión del poder del gobierno actual, que ha replicado las dinámicas tradicionales de cooptación y alianza con los mismos grupos políticos de siempre. Se repite el patrón: funcionarios con aspiraciones electorales que aprovechan su posición para fortalecer estructuras personales, mientras sectores vinculados al poder económico o territorial consolidan acuerdos que aseguran su continuidad. Así, el Estado vuelve a ser el botín y no el garante del bien común.

En este contexto, la frontera entre gestión pública y propaganda política desaparece. Lo que debería ser una administración enfocada en resultados se transforma en un ejercicio permanente de manipulación mediática y asistencialismo selectivo. Los programas sociales, los discursos oficiales y hasta las iniciativas de infraestructura comienzan a percibirse no como políticas de Estado, sino como instrumentos de campaña anticipada. Es la vieja práctica de gobernar para ganar elecciones, no para servir al ciudadano.

El problema es que este modelo reproduce los mismos vicios que se consolidaron durante el gobiernos anteriores, donde el populismo se utilizó como herramienta de control político y el clientelismo como moneda de intercambio. La actual administración parece haber aprendido bien esas lecciones: en lugar de promover una renovación ética o institucional, ha preferido perpetuar la lógica del pacto, la complicidad y la dependencia, erosionando el sentido mismo de la democracia representativa.

Guatemala vive así una paradoja peligrosa: mientras el discurso oficial invoca la defensa de la democracia, en la práctica se toleran y, en algunos casos, se promueven mecanismos que la vacían de contenido. El populismo y el clientelismo se presentan como políticas sociales, pero en realidad son estrategias de poder. Lo que se vende como cercanía al pueblo es, muchas veces, manipulación de la necesidad; y lo que se presenta como justicia social, es control político encubierto.

Las sospechas sobre la colusión entre actores del gobierno, empresarios tradicionales y operadores políticos no son nuevas, pero su persistencia en esta etapa temprana revela una preocupante continuidad. No se trata solo de corrupción económica, sino de corrupción política e institucional: la colonización del aparato estatal para fines personales o partidarios. Esa práctica, sostenida por el silencio cómplice de quienes se benefician del sistema, debilita la república y reduce la democracia a un ritual vacío.

Si Guatemala desea superar este ciclo, debe romper con la cultura del populismo y la política clientelar. La verdadera democracia no se construye desde la manipulación ni desde la dádiva, sino desde la responsabilidad, la transparencia y el respeto a la ley. Mientras la competencia política se base en el uso del poder para asegurar más poder, ninguna reforma servirá. Y si la precampaña continúa siendo el terreno donde germinan la corrupción y el engaño, la República seguirá retrocediendo frente a los mismos rostros, las mismas prácticas y las mismas mentiras.

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