Editorial
Un país sacudido por la tierra… y por la inacción – Editorial
Santa María de Jesús, uno de los municipios más afectados, quedó aislado tras derrumbes y sin suministro eléctrico…

Guatemala fue sacudida el pasado 8 de julio por una intensa y prolongada actividad sísmica que afectó con fuerza a varios departamentos, entre ellos Sacatepéquez, Escuintla y sectores de la capital. Pero más allá del movimiento de la tierra, lo que realmente cimbró al país fue la profunda inacción, desorganización y lentitud del gobierno central, encabezado por Bernardo Arévalo. La respuesta a la emergencia no solo fue tardía, sino marcada por una evidente desconexión entre el discurso y la acción, entre las promesas y la realidad.
Más de 150 sismos, incluido uno de magnitud 5.7, colapsaron viviendas, incomunicaron comunidades y generaron un estado de pánico colectivo. La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (CONRED) activó protocolos, pero en el terreno quienes realmente actuaron fueron los vecinos, los alcaldes y los voluntarios. Fue la ciudadanía la que reaccionó, mientras el Ejecutivo continuaba con ruedas de prensa sin lograr articular acciones concretas y efectivas.
Santa María de Jesús, uno de los municipios más afectados, quedó aislado tras derrumbes y sin suministro eléctrico. La oscuridad y la falta de comunicación generaron una atmósfera de peligro y confusión. La ausencia del Estado permitió que el miedo se convirtiera en tragedia, ya que los enfrentamientos entre vecinos, provocados por el pánico, desembocaron en pérdidas humanas. No hubo presencia policial ni fuerzas estatales preventivas que ayudaran a contener la situación. El desastre fue tanto natural como institucional.
En medio de la desarticulación nacional, los gobiernos locales fueron quienes dieron la cara por sus comunidades. En Sacatepéquez, la Municipalidad de Antigua Guatemala logró liberar carreteras, coordinar rescates y establecer un albergue funcional en “La Pólvora”, mientras el presidente anunciaba, paralelamente y en conferencia de prensa, un refugio de emergencia que nunca fue implementado. Una diferencia clara entre anunciar y actuar con contundencia.
La ciudadanía esperaba del gobierno de Semilla un cambio sustancial en la gestión pública. Sin embargo, en el momento de mayor necesidad, esa transformación no se materializó. Lo que se vio fue un gobierno desbordado, ausente y atrapado en su inexperiencia. Los discursos de “refundación” quedaron enterrados bajo los escombros de una emergencia que expuso la falta de previsión, coordinación y liderazgo.
Esta es una emergencia más, que se suma a las de los incendios forestales y la actividad volcánica reciente, y que demuestra la incapacidad del gobierno de Semilla para gestionar desastres y brindar un socorro adecuado a la población afectada.
La emergencia del 8 de julio reafirmó la sospecha de que el gobierno de Bernardo Arévalo, más allá de su narrativa de renovación, no está preparado para responder con agilidad y eficacia ante una crisis real. El sismo no solo movió la tierra; también reveló un Estado que tambalea, un liderazgo improvisado y una gestión que, cuando debía demostrar su promesa de cambio, se limitó a observar desde la distancia.