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Hezbollah cruza el Atlántico: una red terrorista se reubica estratégicamente en América Latina
En países como Guatemala, con altos niveles de migración irregular y limitadas capacidades institucionales, la amenaza adquiere una dimensión aún más crítica.

Por: Amalia Hernandez
En los últimos meses, distintos reportes y filtraciones de medios internacionales han revelado una preocupante reconfiguración de Hezbollah en América Latina. Según estas fuentes, 400 comandantes de alto rango del grupo terrorista han abandonado el Líbano, junto con sus familias, para instalarse en países estratégicos de la región, incluidos Brasil, Colombia, Venezuela y Ecuador. Este movimiento geopolítico, se vincula con la creciente presión del gobierno libanés por desarmar a la organización y con el nuevo contexto internacional entre Irán, Israel y Estados Unidos.
Según el canal al-Hadath, los ataques israelíes y la negociación de un posible acuerdo nuclear entre Irán y EE. UU. han empujado a Hezbollah a replegarse hacia territorios donde ya contaba con redes de apoyo. Paralelamente, Washington ha intensificado las sanciones contra los flujos financieros de Hezbollah en América Latina, incluyendo una recompensa reciente de 10 millones de dólares por información clave sobre sus redes regionales.
¿Qué hace Hezbollah en América Latina?
Desde los años 80, el grupo proiraní ha operado en la región. Casos como el de Chekri Harb, capturado en Colombia en 2008 por liderar una red de narcotráfico que aportaba hasta el 12 % de sus ingresos a Hezbollah, evidencian el vínculo entre el crimen organizado y el financiamiento del terrorismo.
La DEA ha documentado relaciones entre Hezbollah y carteles sudamericanos, como La Oficina de Envigado en Colombia. Estas redes blanquean millones de dólares a través del Mercado Negro de Cambio de Pesos, una estructura de lavado que canaliza fondos hacia el Líbano. Según RAND Corporation, el grupo tiene presencia en al menos 12 países de la región, incluyendo Argentina, Panamá, Perú, México, Chile, Bolivia y Guatemala.
Hezbollah también ha sido responsable de atentados terroristas en el continente, como el ataque contra la AMIA (1994) y la embajada de Israel (1992) en Buenos Aires. Más recientemente, en 2023, Brasil frustró un complot contra sinagogas y la embajada israelí, atribuido a células afiliadas al grupo.
¿Amenaza directa para Estados Unidos?
Sí. La presencia de Hezbollah en América Latina representa una amenaza directa y multifacética para EE. UU. Casos documentados muestran intentos de infiltración desde México (2006, 2024) y redes de contrabando operadas desde Sudamérica. La DEA y la OFAC han sancionado a múltiples individuos por coordinar flujos financieros de Hezbollah desde la región.
Además, el Proyecto Cassandra ha revelado redes globales de narcofinanciamiento que conectan América Latina con Medio Oriente a través de Europa, canalizando millones en ganancias ilícitas.
América Latina
Cinco países —Argentina, Colombia, Honduras, Guatemala y Paraguay— han designado formalmente a Hezbollah como organización terrorista. Sin embargo, otros como Venezuela no lo han hecho y mantienen vínculos con Irán, lo que obstaculiza una acción regional unificada.
La Triple Frontera (Brasil-Paraguay-Argentina), con sus altos niveles de informalidad y criminalidad, es vista como uno de los principales centros de operaciones del grupo.
Lo que podría parecer un exilio forzado, en realidad representa una reconfiguración estratégica de Hezbollah. América Latina no solo ofrece anonimato y conexiones criminales, sino también plataformas logísticas y financieras. La falta de atención mediática y respuestas oficiales agrava la amenaza.
En el caso de Guatemala, en 2018 el gobierno expuso ante autoridades de EE. UU. que más de 100 individuos con presuntos vínculos con el terrorismo islámico habían sido interceptados intentando atravesar el país en dirección a la frontera norteamericana.
La presencia activa de Hezbollah en América Latina plantea desafíos que trascienden la seguridad y tocan directamente el ámbito político. La reconfiguración del grupo en la región exige respuestas estatales articuladas, que incluyan legislación antiterrorista efectiva, fortalecimiento de los controles fronterizos y cooperación internacional sostenida.
En países como Guatemala, con altos niveles de migración irregular y limitadas capacidades institucionales, la amenaza adquiere una dimensión aún más crítica. Ignorar estas señales no solo compromete la seguridad nacional, sino también la credibilidad y autonomía de los Estados frente a actores transnacionales que operan con sofisticación y violencia. América Latina, hoy más que nunca, está en la mira y debe decidir si se convierte en terreno fértil para intereses oscuros o en un muro de contención con voluntad política y estrategia común.