Opinión
A PROPÓSITO DE DOÑA CONSUELO PORRAS
No tengo vela alguna en ese entierro prematuro de ella que algunos le quisieran hacer.
Pero el artículo de opinión de nuestro común amigo y Director de este diario, José Rubén Zamora, de la semana pasada sobre tal personaje me saca de mi modorra y quiero hacerle aquí algunas acotaciones.
Creo que todavía todos pagamos en Guatemala los efectos de aquel intento de mejorar la administración de justicia en este país mediante la cesión inconsulta de su soberanía a principios del siglo XXI.
Me refiero a la CICIG, que a mi juicio hizo muchísimo más daño a Guatemala que lo que los guatemaltecos mejor educados han podido percibir y que nos han conducido a una o más simplificaciones, según puntos de vistas ideológicos, de los problemas seculares muy complejos que han afectado a este país.
Aquí parto del supuesto de que es preferible cualquier gobierno calamitoso pero genuinamente propio que otro impuesto a distancia desde cualquier meridiano o paralelo ajeno.
Y no me creo ser en esto prejuicioso sino más bien realista.
Hoy Guatemala se dispone a elegir a fines de mayo un nuevo Fiscal General. Yo arrastro desde hace mucho tiempo un prejuicio al respecto: el que de una función como tal depende la salud de la justicia en todo el ámbito nacional.
Y creo sinceramente que aunque este país ha tenido logros muy impresionantes desde la Revolución Liberal del siglo XIX, aún se mantiene más subdesarrollado que ningún otro en el sector justicia. Esto último solo lo afirmo tentativamente sujeto a cualquier previsible objeción de algún eminente jurista como la del por mí muy respetado y admirado Alejandro Maldonado Aguirre.
Tal fenómeno, por supuesto, lo han percibido con mayor o menor claridad los muy diversos movimientos políticos e ideológicos en esta tierra que todavía tengo como la de “la eterna primavera”.
Dicho esto me concentro en el punto que quiero tocar: el significado histórico de la actual Fiscal General doña Consuelo Porras.
Ante todo todavía la creo una profesional honesta, víctima tal vez sin saberlo de los apasionamientos ideológicos de la Guerra Fría –y a ratos caliente– que ha tenido lugar en este trópico de las Américas posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Este conflicto algo tardío, ha sido demasiado dilatado como guerra ideológica al fin, tal como fueron las guerras religiosas de la era anterior a las de los nacionalismos del siglo XIX.
Por eso creo que doña Consuelo se ha visto envuelta por ese conflicto tan lejano a ella y a su tiempo del cual en ese supuesto ha sido más bien víctima que causante.
No creo por eso que nos sea útil o beneficioso personificar en supuestos responsables de los hechos y eventos injustos que nos han sido contemporáneos.
Pues el tejido social es más complejo, dinámico y hasta disruptivo que lo que cualquier simple testigo del mismo puede entender.
Conocí brevemente a doña Consuelo a propósito de una gestión en pro de la Liga Pro Patria a los pocos días de instalada en su muy delicado cargo de Fiscal General de la República.
La encontré en ese entonces una señora digna, respetuosa, y muy profesional en todas sus actitudes. También muy preocupada por los procesos engorrosos de la justicia en este país y de los retardos injustificables de su impartimiento.
No he tenido ningún otro contacto con ella, pero sí he visto por eso mismo con tristeza el trato personal a que ha sido sometida por personas e instituciones de mi muy particular aprecio. Y confieso que no entiendo del todo esa animadversión hacia ella, en particular cuando tengo en cuenta que solo por ella el Ministerio Público ya se halla presente y fácilmente accesible en todos los municipios del país.
Aquí en especial quiero aludir a algunos funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos que, al igual que su Presidente, han dado reiteradas pruebas de su ineptitud al pretender terciar en este asunto tan propio solo de los guatemaltecos.
En primer lugar, por ejemplo, tengo en mente a Todd Robinson, por todos nosotros, los testigos de su paso por este país, muy bien conocido.
En segundo lugar, a nadie menos que al demasiado locuaz Secretario General de la Naciones Unidas, Antonio Guterres.
Y en tercero, al novato Secretario de Estado en Washington D.C. Anthony Blinken así como a otros de su hechura más cautelosos pero no menos entrometidos que operan desde el recinto de la Embajada por todos conocida en el paseo de la Reforma.
Yo encuentro en nuestra Guatemala de hoy una tendencia excesiva a sobrevalorar todos lo que nos viene desde Washington D.C.
Y por tal razón me pregunto: ¿Con qué derecho pretenden proyectar tantas sombras sobre este país los agitadores imperiales en Washington D.C.? ¿Acaso pretenden ser una pobre reedición del “Big Stick” de Teodoro Roosevelt? ¿Y les agradaría que algún funcionario indiscreto de este país exteriorizara públicamente su desaprobación hacia el caso de corrupción del hijo del Presidente de los Estados Unidos, Hunter Biden?
Por cierto, “Zapatero a tus zapatos”, reza un sabio refrán castellano. Y aquí en la vida pública de Guatemala no necesitamos de ningún zapatero de habla inglesa improvisado para mejorar nuestro calzado, ya sea en nombre de los Estados Unidos o de las Naciones “supuestamente” Unidas.
De regreso al caso de doña Consuelo: desconozco no menos la entera realidad de un supuesto plagio doctoral que se le atribuye. De ser así, entonces sí la creo definitivamente inhabilitada para ejercer el cargo de Fiscal General.
Todo lo demás que algunos otros le adjudican lo creo muy debatible.
Y mientras no se presenten otras evidencias en contrario, creo como hombre y como huésped agradecido en este país que le debo ésta mi oficiosa defensa.