Opinión
Don Piernas y el arte de reírnos con inteligencia – Por: Camillo Bello Wilches
Pero más allá del juego lingüístico, esta historia encierra algo más profundo. Nos recuerda que el humor no está reñido con la inteligencia.

A veces, una broma bien dicha sobrevive más siglos que un tratado entero. Cervantes lo sabía. No en vano bautizó a su caballero andante como “Don Quijote”, nombre que, más allá de su sonoridad, esconde un chiste fino y sutil. Porque sí, “quijote” no solo remite al ingenioso hidalgo de la literatura española. También es el nombre de una pieza de armadura que cubre la parte superior de la pierna. Cervantes, en otras palabras, llamó a su protagonista “Don Piernas”. Y no por accidente.
Álvaro Soler, jefe de la Real Armería, lo explica con una naturalidad que parece salida de una conversación entre amigos: ese quijote que perteneció a la armadura de Felipe II, con la que combatió en San Quintín, forma parte de nuestras Colecciones Reales. Y en esa misma palabra que evoca metales, batallas y monarcas, Cervantes encontró el hueco perfecto para colar su broma. Genio y figura, sin duda.
Pero más allá del juego lingüístico, esta historia encierra algo más profundo. Nos recuerda que el humor no está reñido con la inteligencia. Al contrario, muchas veces es su mejor expresión. Cervantes no necesitó ridiculizar a su personaje para hacerlo entrañable. Le bastó con un nombre que, dicho en voz alta, ya provoca una sonrisa. Un nombre que suena a grandeza, pero que se apoya sobre piernas comunes, humanas, vulnerables.
En una época como la nuestra, saturada de solemnidad fingida y de discursos donde la ironía parece estar en vías de extinción, recuperar a Don Piernas es un acto de gratitud cultural. Porque nos permite recordar que los grandes clásicos no solo sobreviven por su estilo o por sus argumentos, sino también por su capacidad de hacer pensar y reír al mismo tiempo. Y eso, en el fondo, es uno de los mayores signos de libertad.
Quizá el verdadero espíritu quijotesco no sea lanzarse contra molinos, sino tener el valor de nombrar las cosas con humor cuando todos esperan rigidez. Tal vez la lección de Cervantes no esté solo en las aventuras del hidalgo, sino en ese pequeño gesto —casi imperceptible— de reírse de la pompa caballeresca desde el propio título. Porque quien es capaz de reírse de sí mismo, también está más cerca de comprender al otro.
Así que la próxima vez que alguien te pregunte por Don Quijote, puedes responder con una sonrisa: “Ah, claro, el famoso Don Piernas”. Y si se sorprenden, aún mejor. Habrás hecho lo que Cervantes haría que no es otra cosa que despertar la risa y el pensamiento, todo en una misma frase.