Conecta con nosotros

Opinión

El hogar como fundamento de la salud mental infantil – Camilo Bello Wilches

Cuando se delega en colegios la tarea de enseñar a tolerar la frustración o a formar hábitos, se corre el riesgo de desentender a los padres de su papel irremplazable…

Publicado hace

en

El hogar como fundamento de la salud mental infantil - Camilo Bello Wilches
Foto: Centra News

La infancia del siglo XXI se ve erosionada por una crianza que filtra la responsabilidad familiar hacia instituciones como la escuela o el docente. La psiquiatra María Velasco Ghisleri sostiene que no se puede delegar en los colegios ni en los profesores la solución de problemas que nacen en la familia. Esa afirmación funciona como tesis: la salud mental infantil no se construye evitando trastornos, sino cultivando un equilibrio emocional desde la crianza.

Este enfoque reconoce algo que filósofos clásicos como Aristóteles ya señalaban y es que la educación del carácter debe comenzar en el hogar, donde se aprende la virtud mediante límites y hábitos. En su Ética a Nicómaco, Aristóteles defiende que la formación del carácter requiere disciplina temprana; sin ella no hay freno a los impulsos. Asimismo, figuras modernas como Jordan Peterson han subrayado que un hogar estructurado provee el marco esencial para el desarrollo de la responsabilidad personal.

En Guatemala, la situación es preocupante, UNICEF reportó en 2023 que casi el 40 % de los diagnósticos de trastornos mentales correspondían a menores de 19 años, y que el 57 % de los suicidios involucró a jóvenes entre 11 y 30 años. La Procuraduría General de la Nación ha advertido también que muchos padres repiten patrones de disciplina violentos sin reconocer su impacto devastador en el bienestar emocional de los niños. Estos datos urgentes muestran por qué no basta con intervención escolar ya que sin una base familiar sólida, la escuela se queda corta.

Una crianza saludable, basada en disciplina respetuosa, reconoce que los límites no son imposición ni permisividad vacía. Según Eileen Glass, en la crianza respetuosa los límites son barreras asertivas, coherentes y adaptadas a la edad, que guían con empatía, no con control autoritario. Eso es compatible con una visión de autonomía personal ya que permitir que el niño desarrolle responsabilidad, pero dentro de un marco claro, estable y afectuoso es la aspiración que debemos desempeñar tanto maestros como padres.

Cuando se delega en colegios la tarea de enseñar a tolerar la frustración o a formar hábitos, se corre el riesgo de desentender a los padres de su papel irremplazable. María Velasco insiste en que criar implica renuncias, tiempo y presencia emocional; no se trata solo de evitar trastornos, sino de formar resiliencia y autonomía emocional desde temprano.

Para ilustrar imaginemos un hogar donde los niños nunca enfrentan la frustración —se les cede todo lo que piden, se intenta evitar el aburrimiento—. Los convierte en adultos que no soportan el esfuerzo, que buscan gratificación instantánea. En cambio, si desde pequeños reciben un modelo de afecto acompañado de normas claras —hora para dormir, tareas escolares, responsabilidades domésticas—, desarrollan disciplina, autocontrol y sentido del deber. Esa formación familiar no es ni autoritaria ni permisiva; es la semilla de la responsabilidad individual y del bienestar emocional.

En Guatemala ya existen programas comunitarios de apoyo a la infancia que reconocen la importancia de la crianza positiva, como ‘Acompáñame a Crecer’ y ‘Creciendo contigo’, impulsos complementarios al trabajo familiar. Sin embargo, esos esfuerzos institucionales deben reforzar, no sustituir, la tarea parental de establecer límites con amor.

Este argumento tiene sentido tanto desde una perspectiva filosófica como práctica, pues debemos promover una ética del cuidado familiar que restituya el rol de los padres, no como vigilantes opresores, sino como guías afectuosos que transmiten valores de libertad responsable. La propuesta aquí es modesta, pero firme, se tiene que repensar que las respuestas a la crisis de salud mental infantil deben empezar por casa, reforzar la educación emocional en el seno familiar, y exigir al Estado y a la sociedad que respalden a los padres, no que los reemplacen.

La escuela puede y debe enseñar muchas cosas, pero no puede sustituir el vínculo íntimo y educativo que solo la familia puede ofrecer. Una política pública que fomente la crianza consciente y estructurada, en diálogo con programas educativos y salud mental, tendrá un impacto mucho más duradero y profundo que aquel que limita su acción al ámbito institucional.

Así, resulta urgente invitar a padres, educadores y responsables de política pública a retomar el principio fundamental: el hogar es el primer escenario de formación emocional. Recuperar esa centralidad no será fácil, pero es el camino más sólido para prevenir trastornos y formar personas libres, responsables y mentalmente sanas.

(Colombia/España) Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona con especialización en Filosofía Política, posee una certificación universitaria en Coaching Educativo por la Universidad Antonio de Nebrija de Madrid. Tiene una maestría en Diseño Editorial y Publicaciones Digitales por la Universidad Internacional de Valencia y actualmente cursa una maestría en Estudios Hispánicos por la Universidad Francisco Marroquín. Es miembro y director de Publicaciones en el Instituto Fe y Libertad, Coordinador y catedrático del área de humanidades en la Facultad de Ciencias Económicas de la UFM.

Send this to a friend